Powered By Blogger

viernes, junio 17, 2011

Sin dudas hablo de tí.

Los hombres prometen, fallan, te hacen amarlos y enseguida te hacen llorar; te juran amor eterno y después te extinguen borrando hasta las cenizas más recias y disecas.
Por ellos dejé de leer libros cuyos títulos descansaban sus nombres, también les inventé cuentos hermosos; por ellos aprendí a (des)esperar, a tocar, a desear.
El latente deseo de borrar recuerdos tiene un precio, creo que todos lo sabemos, creo que es aún más caro cuando de borrar recuerdos de ellos se trata.
A veces, me aparecen esos fantasmas que creía sepultados; a veces los muy fieles, son más grandes que el puto insomnio y me obligan a escribir.
Me acuerdo que mi papá solía decirme “escribí de corrido, todo de corrido y sin parar, al final podés corregir” pero me olvidé de hacerlo y a cambio obtuve textos cientos de veces perfeccionados, todos de ellos, de él, cada uno hecho para tí. Si tan sólo mi padre supiera lo rosa que su hija puede llegar a escribir, vomitaría en todas partes así como yo a causa de toda esta estúpida cursilería que me trajo conocerte.
El camino que he recorrido para llegar hasta tus ojos me ha parecido el andar de siglos enteros y quizá es que así ha sido.
He pisado brasas de todos colores tratando de encontrarte; me he descubierto pensándote en el más quieto de los silencios, desnudándote el alma; te he sufrido en falsetes, en re sostenido; en grandes novelas nos he enamorado y a serios destiempos te he deseado.
Mi culpa ha sido envenenarme de ausencia ajena, como cuando sentís que el desamor terminará por degollarte, como cuando sabés que tenés que beber más agua para poder llorar más, como cuando juras que las pasiones se saldrán de tu cuerpo para ir en búsqueda de alguien que no querés dejar partir. Mi culpa ha sido tan grande como el color del cielo, tan incómoda como el seco calor del sol.
Llevo días, muchos días cuestionando, preguntando.
Cada uno de ellos cuestionándome cuántos años deben albergarse en el calendario para poder alejarte lejos, muy lejos. Dios, ¡tan lejos de mí!.
Y me respondo con rostros, cientos de rostros, miles de rostros que tal vez deba además acariciar.
Porque tú, sí tú; tú y yo.
Tú nada y yo nunca.
Tiempo, años. Puto tiempo, malditos, crueles años.
Me prometo: tu exilio. Dios, ¡tan lejos de mí!.
Entonces miento, todo el tiempo miento.
Y te arrastro. Te llevo. Entras en mi caos y te quedas en mis sábanas.
También te escribo, sí a ti. En besos te invento. Nos invento.
Y te tengo tan cerca. Dios, ¡tan cerca de mí!.
A veces me protejo cerrando fuerte los ojos y suplicando que te apartaras.
A veces me pregunto cómo será no pensar en ti, cómo será vivir conmigo a solas.
De qué color serán las paredes de mi entonces planeta.
De qué tamaño será tu ausencia o la condena de mis palabras.
Vivir sin lunes ni años, sin ropa ni espacio.
Vivir sólo con silencios y con personas, muchas personas en el cuerpo.
Vivir cincuenta y tantos romances sin besos, y sólo compartiendo una cama donde aún no caben dos.

2 comentarios:

  1. Todos los hombres somos iguales. Pero algunos tratamos de no serlo.

    Abrazos de luz, Celestelú. Luminoso.-

    ResponderEliminar
  2. ¡Uy! si habré escuchado lo mismo montón de veces, amigo Gael.
    Gracias por sus letras.
    Abrazzos!

    ResponderEliminar

Vistas de página en total